Tengo la gran fortuna de vivir en una pequeña pedanía valenciana. Mi casa está rodeada de naranjos y con frecuencia salgo a pasear, disfrutando de la naturaleza que tengo a pie de calle.

Durante esos paseos, a veces, se me unía una perrita medio abandonada por sus dueños. No es que yo tuviese mucho interés en su compañía, pero ella me seguía y no había forma de hacerla regresar.

Una parte de mi recorrido era a través de una pequeña y estrecha carretera, teniendo que subir por una pasarela por encima de las vías del tren. Y aquí venía el problema, había una zona, al subir por la pasarela, en la cual los coches, que venían enfrente, no tenían visibilidad, es decir, no nos veían ni a la perrita, ni a mí. Yo intentaba con mucha intensidad y nulo resultado que ésta se situase en lateral de la carretera, pero la perrita paseaba a su libre albedrío, situándose, casi siempre, en la zona central de la misma con el consiguiente peligro de ser atropellada.

Cuando aparecía algún coche y se encontraba de golpe con el animal en mitad de la travesía, el conductor pitaba y me miraba, asumiendo que yo era el dueño, haciendo aspavientos y gestos de enfado por mi irresponsabilidad pues para él/ella estaba poniendo en peligro la vida de la perrita. Sin embargo, la realidad era bien distinta. Ni yo era el dueño de la perra, ni por tanto responsable de ella y, además, lo que estaba intentando era salvarla de un accidente.

En nuestras vidas abundan los prejuicios y las proyecciones basadas en ideas equivocadas, las cuales nos llevan a tener reacciones automáticas completamente erróneas y que muchas veces son hasta agresivas. El “yo creía” está lleno de errores que distorsionan nuestra percepción de la realidad y lo que es más grave, muchas decisiones importantes las tomamos basadas en el aferramiento a dichas creencias equivocadas que nublan nuestro discernimiento y sabiduría natural.

Y, por supuesto, el mundo profesional no es una excepción. ¿Cuántas reacciones tenemos y cuantas decisiones tomamos, a diario, basadas en una errónea percepción de la realidad laboral? El yo creía, las respuestas automatizadas e impulsivas, a veces casi inconscientes, nos impiden, en muchas ocasiones, tener una visión objetiva y sana en nuestra realidad y entorno profesional.

Necesitamos aprender a relacionamos con nuestra mente y nuestras emociones de una forma inteligente y sensata, necesitamos vivir el presente con apertura y conciencia, necesitamos reencontrarnos a nosotros mismo y transcender nuestras proyecciones. Necesitamos urgentemente disfrutar de un bienestar básico esencial.

En mi pequeña experiencia, la meditación es el mejor camino para lograrlo. Meditar es acostumbrarse a no distorsionar la mente, a vivir más presentes y a liberarnos de nuestros propios malos hábitos mentales. La meditación nos ayuda a ver la simplicidad de la vida libre de manipulaciones y visiones equivocadas.

Son muchos los artículos, presentaciones y cursos que tratan sobre el mindfulness, el bienestar, la reducción del estrés, la gestión de las emociones, etc., en el entorno laboral.

Muchos de ellos centran su enfoque en los beneficios que estos programas pueden traer a la empresa: aumento de la productividad, reducción del absentismo laboral, mayor capacidad del trabajador en sus cometidos profesionales, consecución de objetivos, etc.

También enfatizan las mejoras para el propio trabajador en su vida laboral: aumento de salud física y mental, reducción del estrés y el agotamiento, mayor capacidad para alcanzar metas y retos profesionales, un equilibrio y estabilidad mental ante los desafíos diarios, claridad y visión en la toma de decisiones, etc.

Todas estas y muchas más, pueden darse como CONSECUENCIA de aplicar estos programas de bienestar en la empresa, pero no deberían ser la motivación correcta para llevarlas a cabo.

La VERDADERA MOTIVACIÓN, a mi entender, es que el trabajador es ante todo persona, ser humano y como tal tiene el derecho y la necesidad vital de tener un bienestar básico en su vida. Una persona con un nivel sano de bienestar en su vida, es mejor trabajador, compañero, padre/madre, amigo, etc.

A su vez, cuando desarrollamos un bienestar básico y esencial en nuestras vidas, este nos permite ser más empáticos, responsables, éticos y altruistas en nuestro entorno social, profesional o personal.

Si la motivación de la empresa es auténtica, ayudando a sus trabajadores a que desarrollen un nivel sano de bienestar en sus vidas, las consecuencias y beneficios de sus programas de bienestar, tendrán raíces fuertes y sanas.

Pero si la motivación se confunde con las consecuencias, el trabajador y el rendimiento empresarial serán más importantes que la persona en sí, y a medio y largo plazo los programas de bienestar no serán exitosos.

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